Revista Sexología y Sociedad. 2014; 20(2)
ISSN 1682-0045
Versión electrónica
El enfoque sociológico en salud en el
abordaje
de la maternidad y la paternidad
The
sociological approach in terms of health, in the discussion of motherhood and
fatherhood
Dra.
Reina Fleitas Ruiz
Doctora
en Ciencias Sociológicas, profesora titular del Departamento de Sociología, Universidad
de La Habana
Resumen
La
Maternidad y la Paternidad son dos conceptos que reflejan realidades que
han variado a lo largo de la historia, aún cuando mantienen una lógica
estructural de tipo patriarcal que se reproduce desde la antigüedad hasta
nuestros días la cual debe ser considerada una
determinante social en el comportamiento de la salud sexual y reproductiva de
nuestros días. El discurso de género en salud contribuye a una visión crítica
de su diseño histórico en Cuba.
Palabras
claves: sociología de la salud,
género en salud, maternidad, paternidad
Abstract
The sociological approach in terms of health, in the
discussion of motherhood and fatherhood
Motherhood and fatherhood are both concepts that
reflect realities that have changed along history, even when they still have a
structural logic of a patriarchal kind that is reproduced
from ancient times to the present world and must be considered a social determinant
in sexual and reproductive health behavior nowadays. The reasoning of gender in
terms of health helps to a critical view of its historic design in Cuba.
Key words: health sociology, gender in terms of
health, motherhood, fatherhood
La
Sociología de la Salud es una disciplina joven, comparada con el resto de las
ciencias que han contribuido al desarrollo del enfoque social en salud. Su
institucionalización se produce en la década de los cincuenta del siglo xx, aunque escritos que hablaban de su
importancia y pertinencia en este campo de la actividad humana, y que
contribuyen a perfilarla, se pueden hallar desde el siglo xix, etapa en la que se produce el
nacimiento y establecimiento de esta ciencia social.
Su
llegada tardía no minimiza la importancia de los saberes y enfoques que ha
aportado al estudio de la salud humana, pues sus contribuciones han sido
múltiples. Asimismo, en un período muy corto las investigaciones sociológicas
en salud batieron los récords de publicaciones y de estudios concluidos en los
Estados Unidos y se fueron abriendo paso en diferentes regiones. En América
Latina fue relevante su expansión a partir de la década de los setenta del
siglo pasado. No sucede así en el caso
de Cuba, donde aún no se ha producido un despegue.
Uno
de los aportes de esta disciplina ha sido la de construir una visión más compleja
e integral de la salud; aunque esta no ha sido una característica del
pensamiento de todas sus escuelas, puede encontrarse en la concepción marxista
y crítica. En el siglo xix La situación de la clase obrera en
Inglaterra de Engels es un excelente ejemplo de cómo se requiere relacionar
salud y pobreza para entender las condiciones de vida en un grupo humano. Su
mejor legado fue la aplicación del método dialéctico al estudio de los procesos
sociales que, llevado al campo de la salud, ha significado el desarrollo de la capacidad
de evaluar la interacción o conexión entre todos los procesos que intervienen
como determinantes de la salud (económicos, de conocimiento, culturales,
políticos, psicológicos, jurídicos, sociales y biológicos) (1), así como
admitir que la salud no es solo un efecto de estos procesos, sino que también interviene
como desencadenante (causa) de
redefiniciones de política económica y social, y pesa sobre decisiones
de migración y movilidad social de grupos y familias, por mencionar solo algunos
de los tantos aspectos en los que repercute.
Otra
arista de tal concepción es la necesidad de evaluar la relación entre salud y
sociedad como una construcción histórica que cambia con las épocas y los
espacios sociales. Henry Sigerist[1] fue un pionero en ese
sentido, porque su investigación histórica sobre la medicina y los sistemas de
salud la realizó siempre desde una mirada sociológica que presuponía la
relación entre estructura social y salud, destacando las ventajas de unos
modelos de salud con respecto a los otros y su estrecho vínculo con el progreso
en el conocimiento científico y el desarrollo económico y social. El estudio
que realizó de la medicina antigua y de la soviética, son lecciones de buenos
análisis históricos de la salud.
A
diferencia de la Sociología de la Salud, los estudios de familia en esta
ciencia nacieron desde el siglo xix y han logrado acumular un amplio espectro de
saberes de gran actualidad. Uno de estos es la visión sistémica de la relación
familia-sociedad, de su carácter histórico cambiante, protagonismo en las
transformaciones sociales y en la construcción de estrategias de
enfrentamientos a los impactos negativos de las políticas, un legado de
incalculable valor para la comprensión de la función del cuidado de la salud
que desempeña esta institución social y de su relación con las entidades de
salud.
La
noción de sociedad como sistema y de la familia interactuando con esta en el proceso
de su formación como una estructura social cuyos componentes se integran, es
básica para poder comprender la complejidad de los roles que la definen como
grupo o institución social, entre estos los parentales: madre-hijo y padre-hijo.
Tales procesos de integración casi nunca transcurren armónicamente, pues se
trata de roles que se forman en sociedades contradictorias en las que impera una
división social del trabajo generadora de desigualdades sociales de muy diversa
naturaleza: raciales, de género, de clase, territoriales,...
La
familia es una estructura social, un subsistema de relaciones sociales en cuyo
interior se identifican distintos componentes. Dichas relaciones se definen en
términos de parentesco, convivencia y residencia. El diseño desigual en base al
género y a lo generacional de los roles
familiares determina que estas relaciones sean altamente conflictivas, como lo
muestra la historia de las culturas a través de todos los tiempos.
El
pensamiento salubrista que prevalece en Cuba está muy influenciado por la
teoría de riesgos que, como dijera Jaime Breilh, es «una
tesis de claro guión empirista que incorpora como elemento interpretativo
central la contingencia o probabilidad» (2). Privilegia el análisis de las
causas individuales y del papel de las personas en sus problemas de salud, entre
cuyos factores se hallan los estilos de vida, y no visualiza claramente los
factores históricos, estructurales y permanentes como determinantes de la
salud. Es además un pensamiento centrado en una racionalidad que tiene como
base la biología y no siempre logra incorporar la noción compleja de salud como
bienestar físico, psíquico y social, que publicó la OMS en 1948.
Como
en tantas áreas de la salud, la teoría de los riesgos y el enfoque biomédico han
penetrado en los estudios sobre sexualidad y reproducción impidiendo la construcción
de un análisis de las enfermedades y la mortalidad que enfrentan las familias y
sus miembros desde una perspectiva sistémica e histórica. De ahí la necesidad
de que en la formación curricular del médico se incorporen enfoques sociales
más complejos, como el de la sociología y la teoría de género, que le permitan
desarrollar una labor más eficaz en la investigación y en la atención primaria
y secundaria de la salud, en particular sobre la prevención primaria de las
enfermedades. Dotar al médico de una visión sociológica sobre temas de género,
salud, sexualidad, reproducción y familia, sería una buena acción de formación
en aras de mejorar su participación en el Programa Nacional Materno-Infantil.
¿Por qué el género?
El
discurso y pensamiento sexista en medicina ha tenido, en diferentes períodos
históricos, una incidencia nociva sobre la salud de las mujeres, favoreciendo
el desarrollo de una cultura de la desigualdad entre hombres y mujeres.
En
la historia de la salud el discurso médico evolucionó desde una antigüedad en
la que la escuela hipocrática expandió la creencia de que la mujer era un
receptáculo pasivo del semen, atribuyéndole al hombre el rol activo en la
fecundidad y en la integración del niño a la familia, hasta una modernidad que en
el siglo xviii glorifica a la mujer/madre,
aunque bajo la autoridad del hombre. Esos discursos médicos estuvieron apoyados
y legitimados en cada momento histórico por el derecho civil y de familia y por
una cultura sexista en la vida familiar, la política, la religión y la economía,
pues reforzaban la creencia de que el patriarcado como sistema social era el
mundo adecuado para el desarrollo de una reproducción sana. Este fue también el
momento en que progresivamente los hombres/médicos pudieron acceder al cuerpo
de las mujeres y fueron desplazando del parto a las comadronas y parteras,
estableciendo su dominio absoluto sobre el cuerpo de las mujeres.
La
centralidad que por largo tiempo tuvo la reflexión sobre la reproducción de las
mujeres en el pensamiento médico, influyó en el descuido del estudio de su
sexualidad y en otros problemas de salud que las aquejaban. En la historia de
la medicina, la práctica de investigar los cuerpos masculinos e ignorar las
especificidades de los femeninos se mantuvo hasta el nacimiento de la
modernidad y fue un factor que influyó en el retraso de la ginecología y la
obstetricia. Dicha práctica se sostenía por las prohibiciones que establecía la
Iglesia en relación con el acceso de los hombres/médicos al sexo de las
mujeres. La ignorancia médica sobre la menstruación de las mujeres convirtió ese
proceso natural en un calvario para ellas; se prescribía que era una sangre maligna
que podía ser contagiosa y las mujeres debían aislarse mientras duraba ese
proceso.
A
la idealización de la maternidad contribuyó de manera especial el gran filósofo
ilustrador Jean Jacques Rousseau a través de su libro Emilio. Quiere decir que el concepto de maternidad y paternidad que
hoy heredamos es fruto del nacimiento del capitalismo, de su negación a la
libertad de las mujeres y de subordinación al papel que «la
naturaleza le ha otorgado: la maternidad».
No
siempre la ciencia médica, que ha revindicado objetividad y distanciamiento, ha
sido tan neutral. Solo un ejemplo más en este campo nos permite aseverar esta
idea: el discurso de la lactancia, que ya en el siglo xix se mostraba en su carácter racista y sexista. La figura
de la nodriza negra o blanca de clase popular se dedicaba al amamantamiento a
tiempo completo, debido a que el marido de la mujer de clase alta reclamaba la
atención a sus necesidades sexuales y creía que esa actividad no era propia
para una esposa de cuna aristocrática. Las obras que aún perduran en las
bibliotecas sobre lactancia materna,[2] son testigos de esa ideología
discriminatoria. Más adelante, en la medida que la ciencia médica tomó
conciencia de la alta mortalidad infantil y materna durante el siglo xix, también se fue generalizando la
idea del rechazo a las nodrizas y a la madre aristocrática que no daba de
lactar.
En
fin, es importante para el médico cubano contar con una noción articulada de
los procesos históricos de género y generacionales, que son transversales a
procesos económicos, políticos, familiares, ideológicos y culturales que
influyen sobre los problemas de salud en un contexto específico, sin olvidar su
ubicación en el escenario internacional y las interacciones entre el pasado y
el presente.
Los
avances en el pensamiento biomédico y en la práctica de las especialidades
dedicadas a la salud sexual y reproductiva humanizaron la atención al embarazo,
al parto y a la salud del niño, pero no lograron replantear los términos
patriarcales en que se continuó desarrollando esa actividad hasta que el
pensamiento feminista primero, y luego la teoría de género en salud, ubicaron
el dilema de la salud de mujeres y hombres en una comprensión sociocultural del
proceso. Solo entonces se pudo construir un discurso crítico sobre la
discriminación entre los sexos y se innovó en el campo de la investigación social,
así como en la atención a la salud de hombres y mujeres.
Una
singularidad de esta propuesta en el campo de la salud es la necesidad de
reconocer la dialéctica entre los factores biológicos y culturales que
determinan la morbilidad, la mortalidad y diferentes problemas de salud que
experimentan los hombres y las mujeres. En realidad la formación especializada
de sus investigadores no siempre ha hecho posible la interdisciplinariedad que
proponen los estudios de género, pero se ha podido contar con numerosos
resultados que explican el papel de los factores socioculturales en la
producción de desigualdades que aún viven en hombres y mujeres con relación a su salud.
La
visión sociocultural de la maternidad y la paternidad supone que mujeres y
hombres tengan iguales derechos y sean igualmente libres para escoger si desean
tener hijos, lo cual deben hacer compartiendo iguales responsabilidades. Pero
la investigación en género, familia y salud muestra que estas libertades y
derechos, consignadas en muchas legislaciones, se incumplen constantemente en la
práctica de la política, la vida cotidiana de las familias y la medicina. No
solo los niños sufren el peso de la violación de sus derechos en el mundo
contemporáneo, sino que aún se siguen subordinando los intereses de la madre/mujer
a los otros dos miembros de esta tríada, el padre y el hijo.
¿Cuáles son las realidades históricas
que se experimentan en la Cuba actual que atentan contra el ejercicio de una
maternidad y una paternidad basada en la Igualdad de Derechos y
Responsabilidades?
El
escenario actual de Cuba es contradictorio en materia de igualdad de
oportunidades para hombres y mujeres. Se experimenta una cultura de la
transición de un modelo patriarcal a uno de equidad, que no logra realizarse en
su plenitud. En la mentalidad de hombres y mujeres, y en la práctica de la
política y de las familias, coexiste una tensión entre un enfoque humano que se
basa en la igualdad de oportunidades y otro que puja hacia la reproducción de
un modelo que sobrevalora la maternidad en detrimento de la mujer y disminuye
el papel del hombre como padre, aunque reproduce su condición de sexo
dominante.
Está
comprobado que mientras siga sin valorarse igual el trabajo del hogar que el productivo y reproductivo público y remunerado,
la mujer necesita de un proyecto alternativo de independencia económica para el
desarrollo de sus capacidades y la de sus hijos. Las mujeres cubanas eran,
antes de 1959, solo 12 % de la fuerza de trabajo (3). La tasa de actividad
económica de ellas en 2012 fue de 57.4 %, mientras que la de los hombres fue de
89.5 %. O sea, resulta muy superior a la de las mujeres ocupadas en 1959, pero
sigue siendo inferior a la de los hombres hoy. En Cuba se ha feminizado el
trabajo profesional: ellas representaban 59 % de esa categoría ocupacional en
2012. El trabajo profesional está valorado como un trabajo de prestigio, se
reconoce como un indicador para evaluar el índice de potenciación de las
mujeres, y aunque en el país no siempre ofrece los ingresos que cubren todas
las necesidades primarias, salarialmente es superior a otras categorías
ocupacionales. La paradoja aquí está en que las mujeres también son mayoría en
las actividades de menor calificación que predominan en el sector de servicios
comunales, tienen una tasa de desocupación ligeramente más elevada (3.6) que la
de los hombres (3.4), y son las más representadas en la población no
económicamente activa (4).
¿Qué
significado tiene esta situación para el ejercicio de la maternidad? Las
mujeres siguen teniendo menos poder económico que los hombres, factor decisivo
para enfrentar el cuidado material de un hijo y el costo de un embarazo, un
parto y la crianza.
Una condición entonces para muchas mujeres sigue siendo buscar una
pareja estable con capacidad económica
para sostener ese proyecto. La
mayoría de los nacimientos de 2012 fueron entre mujeres que solo trabajaban en el
hogar[3] (49 %),
mientras que 90 % de los nacimientos se produjeron entre madres que compartían
esa obligación y derecho con un hombre, tanto como casadas (18 %) o en
situación de acompañadas (72 %) (5). O sea, la mayoría de las madres de 2012
están entre las mujeres que solo trabajan en el hogar y son casadas o unidas.
Los
avances en educación de las mujeres se observan en el nivel de enseñanza de las
madres para ese año: 75.5 % ostentan entre preuniversitario y universidad
concluida. Ese nivel escolar es alto tanto entre las madres de zonas urbanas
como de las rurales, pero más elevado entre las primeras (79 % y 64 %,
respectivamente), situación que evidencia la mayor desventaja de las madres de
áreas rurales (6).
Aunque
la escolaridad no es una garantía absoluta de una cultura de la maternidad
responsable y libre, da la oportunidad de una mejor capacidad para asimilar los
nuevos enfoques de salud sobre el cuidado infantil y genera expectativas
personales que buscan combinar proyectos de vida alternos a la maternidad. No
se debe desestimar este dato, pues puede que una mujer no trabaje al momento de
concebir un hijo, pero no quiere decir que, en sustitución, su único proyecto
de vida sea la maternidad. La vida de muchas mujeres no se reduce a trabajar y
tener hijos. Es de esperar que en un país donde se han otorgado derechos reales
a las mujeres y se ha divulgado un discurso sobre la igualdad de oportunidades,
se haya producido una transformación cultural que trascienda la escolarización.
Uno
de los derechos más importantes que ha conquistado la mujer cubana, y que mejor
refleja ese avance, es el derecho al aborto en servicios hospitalarios y sin
restricción en cuanto a la determinación de escoger libremente lo que más le
convenga: tener el hijo o postergarlo. Las restricciones son médicas y protegen
a las mujeres de una mortalidad por su uso. Este derecho le da a la mujer el
control sobre su cuerpo y sobre la fecundidad. Ha repercutido sobre el descenso
de la fecundidad, pero se requiere analizarlo en relación con otras
determinantes, en particular las de género.
No
puede obviarse que el ejercicio de ese derecho se produce en un contexto de
género en el que la planificación familiar sigue siendo una responsabilidad de
las mujeres. La industria nacional e internacional continúa centrada en la
producción de anticonceptivos femeninos. La Encuesta Nacional de Fecundidad de
2009 demuestra cómo las mujeres tienden más a su uso que los hombres. En 2013,
el porcentaje de mujeres que declaran el uso del condón (14.1 %) sigue estando
detrás de las que utilizan dispositivos intrauterinos (50.1 %) o se han
sometido a la esterilización femenina (20.1 %) (7). En investigaciones
realizadas por la autora, incluso el uso del condón apunta a ser una
responsabilidad de las mujeres, que lo garantizan en el acto sexual para evitar
el contagio de enfermedades, más que para la planificación de los embarazos.
La
distribución sexista de roles, que aún hoy existe en la vida sexual de la
pareja, influye en las asimetrías que se observan todavía durante la crianza de
los hijos. La maternidad sigue siendo sobrevalorada en términos de la función
del cuidado. Si sobre las mujeres recae la responsabilidad del control de la
fecundidad y de la crianza de los hijos, y además siguen mostrando desventajas
en las relaciones de distribución del empleo y los ingresos, lo menos que la
sociedad puede hacer para reponer cierto equilibrio y permitirles elaborar
estrategias que las ayuden a enfrentar las situaciones de desventajas, es darles
el derecho a controlar su fecundidad. ¿Por qué la política se cuestiona este
derecho femenino en casi todas partes del mundo?, ¿por qué no hace reglas para
imponer al hombre métodos de control sobre su fertilidad?, ¿por qué no escribe
más sobre sus deberes e innova más en ese campo? La sociedad es más tolerante
con los hombres, no se condena su promiscuidad, no se estudia lo suficiente su
reproducción y no se producen estadísticas sobre los nacimientos de los padres.
Todas las normas que se asumen siempre tienen que ver con el control de la
sexualidad y la reproducción de las mujeres: la ablación, la esterilización
forzada femenina, la penalización del aborto. A esta autora le es imposible
realizar una descripción elemental sobre la paternidad como la que se ha hecho aquí
de la maternidad, porque el Anuario
demográfico habla de nacimientos siempre asociados a las madres. Sabemos
demográficamente mucho sobre las madres y casi nada sobre los padres.
La
mujer trabajadora en Cuba cuenta con una Ley de Maternidad que le otorga el
derecho a una licencia retribuida por un año, con la posibilidad de alternarse
con el esposo cuando lo decida la pareja. No siempre las mujeres se acogen a
todos los derechos que la legislación les otorga; en ello pueden intervenir tanto
los estereotipos de género como las realidades sexistas que aún imperan en la
división del trabajo público y familiar. Una encuesta realizada en 2013[4] en dos municipios de la
capital a 70 madres, que exploraba su conocimiento sobre la licencia retribuida
para los hombres, revela que ninguna se había acogido a esa oportunidad y 50 % de
ellas no sabía ni siquiera que existía. Las restantes respondieron que no
habían hecho uso de ese derecho por diversas razones: el salario de su pareja
era mayor, no estaba de acuerdo el papá, ella lo cuidaba mejor o eran madres
solas (8).
El
Estado cubano garantiza a la madre una detección temprana y un seguimiento a su
embarazo, organizados en el nivel de atención primaria, y un parto
hospitalizado con personal calificado; todos con servicios gratuitos. Esa es
una garantía que disfrutan las mujeres de todas las edades, razas, ocupación y
territorio. Pero la fluidez en el acceso varía en dependencia de su
disponibilidad territorial. Aún entre las provincias de Cuba existen
disparidades en la disponibilidad de ese tipo de servicio; para algunas mujeres
de zonas rurales se hace complicado parir por las distancias que deben
recorrer, a pesar de los hogares maternos. La crisis con el transporte, que ya
dura varias décadas y se agrava en zonas rurales y de montaña, encarece mucho
el costo de tener un hijo. Sin embargo, en las montañas y zonas rurales parece que
se hallan las tasas más elevadas de fecundidad, sobre todo porque hay menor
desarrollo social y las mujeres no tienen muchas opciones y optan por la de una
carrera temprana de matrimonio y fecundidad. En 2012, los nacimientos de madres
adolescentes que residían en zonas rurales, representaban 20.1 % de todos los
nacimientos de esa zona, mientras que en las urbanas era de 13 % (6).
La
maternidad temprana en Cuba es sobre todo un problema de género en salud. Los
médicos afirman que uno de los riesgos de la maternidad adolescente es el bajo
peso de los hijos al nacer. Pero en 2012 las madres adolescentes aportaron solo
17 % de los niños con bajo peso frente a 30 % de las madres entre 20 y 24 años.
Es probable que a ello contribuya el seguimiento que desde temprano se le brinda
a las embarazadas en edades de riesgo. El hecho es que el país no aporta
complicaciones a la mortalidad materna por concepto de embarazo adolescente,
pero sí a un proyecto de vida en base a la igualdad de oportunidades. Las
adolescentes abandonan el sistema escolar y no concluyen el ciclo de enseñanza,
para luego tener problemas con la calidad del empleo que pueden desempeñar o se
dedican al ejercicio de roles tradicionales sin salir de la lógica de la
dependencia a la familia de origen primero y al marido más tarde. En la
investigación que realizamos en 2012 sobre familias pobres y desigualdades de
género en salud en el barrio de San Isidro, el embarazo precoz se reveló como
un factor que contribuyó a la reproducción
de la pobreza entre mujeres que dirigían hogares.
La
participación de los hombres durante el seguimiento al embarazo y al parto, meta
que se propone el Programa de Maternidad y Paternidad Responsables, no se
cumple. La encuesta sobre lactancia mencionada también exploró este indicador y
obtuvo que solo 6% contaron con su pareja durante el
parto y 64 % no fueron acompañadas por ningún familiar (8).
El
escenario económico de Cuba hoy es complejo. Desde la década de los noventa,
cubanos y cubanas viven una cotidianidad impactada por la escasez de productos
de todo tipo, la vulnerabilidad alimentaria, la inflación, la pérdida de valor
de su salario y sus insuficientes incrementos.
En
la actualidad se produce una redefinición de la política económica cubana hacia
pautas que buscan eficiencia y cambian términos de las relaciones entre
instituciones y actores sociales de diferente tipo, lo cual tiene un impacto
social importante en el funcionamiento de las familias y en la vida cotidiana
de todos sus miembros. Asimismo, se derogan prohibiciones que facilitan el
acceso a personas con más recursos.
Este
enfoque se instrumenta en un período en el que se mantiene el bloqueo económico
de los Estados Unidos a la economía, efecto que se agrava por la crisis
económica internacional. No se ha logrado aún construir un modelo económico
independiente, no hay inversiones que mejoren la situación del empleo y no es
suficiente lo que se genera por la vía de las nuevas alternativas de trabajo, porque
además los procesos marchan muy lentamente. Se mantienen niveles elevados de
ineficiencia en el trabajo. Y el resultado final, que más directamente impacta
en el ejercicio de la maternidad y la paternidad, es el deterioro de la vida
cotidiana, el incremento de la desigualdad social y su feminización. No se debe
desestimar el hecho de que quienes tienen menor poder económico son los que
están en más desventaja para afrontar una crisis, lo que sucede en relación con
el género, la raza, las ocupaciones y el territorio. En esas circunstancias
siempre se profundizan las desigualdades sociales que son punto de partida y no
se han superado totalmente.
La
coexistencia de varios de esos factores (la precariedad de la vida cotidiana
con el ejercicio desigual de los roles de género y la sobrecarga que implica un
proyecto de vida participativo en varios espacios) puede llevar a las mujeres a
tomar decisiones de reducir la fecundidad, postergarla, renunciar a esta,
migrar, suspender lactancia materna para aprovechar la licencia y emplear el
tiempo en buscar ingresos, por mencionar algunas. En esas condiciones un
proyecto de vida activa puede tener un costo para la salud de las mujeres,
sobre todo cuando se realiza bajo un estrés casi crónico debido al tiempo que
dura.
A
estos factores se unen otros como el de la precariedad de la vivienda y la
obligación que tienen los hijos de procrear en el hogar de origen, porque no se
ha dado solución a este problema social, que más bien se agrava. En varias
investigaciones, cuando les preguntamos a hombres y mujeres por qué cambiaron
su ideal de cantidad de hijos y se conformaron con menos, la más recurrente de
las respuestas es la falta de una vivienda que les permita enfrentar por sí
solos el cuidado de esos hijos. Los conflictos generacionales por la
apropiación de los espacios residenciales son frecuentes y tienen una base en
los diferentes puntos de vista que existen entre padres y abuelos sobre el
cuidado de los hijos/nietos y la participación de la pareja en el proceso,
agravado por las frecuentes limitaciones de ingresos que algunos hijos/padres tienen
y la dependencia material a sus padres/abuelos.
Estas
contradicciones se reflejan en ciertas paradojas de la fecundidad. Se
incrementa la cantidad de mujeres que tienen hijos en la adolescencia, pero
también las que están entre 30 y 39 años. En este segundo caso hay que tener en
cuenta la combinación de varios factores; por un lado, el empoderamiento
económico tardío de los hijos/as que entran en edades reproductivas y aún no
son solventes para enfrentar esa realidad; por otro, el envejecimiento de una
sociedad que otorga el derecho a
jubilación sin carácter obligatorio y que no genera suficientes recursos para
ampliar el empleo, lo cual redunda en la inserción lenta en el mercado laboral de
los jóvenes. Esos obstáculos que experimentan los jóvenes para prosperar, pueden
encontrar varias salidas: una migración o vivir por un tiempo mantenidos por
sus padres, razones que pesan en la decisión de postergar el ejercicio de la maternidad/paternidad.
Súmese
a este dilema la determinante de género. Las mujeres profesionales, que ya
dijimos que son numéricamente relevantes, empiezan su vida reproductiva cuando
inician su vida laboral y priorizan maestrías, doctorados y un desempeño
profesional que las obliga a postergar la maternidad para lograr una participación
de más calidad en ese mercado. En las condiciones actuales, cuando aún
prevalece en las instituciones nacionales una cultura organizacional machista,
a partir de la cual resulta muy difícil conciliar lo público y lo privado, el
ascenso se convierte en un camino espinoso para las mujeres, en particular para
las dirigentes y profesionales, quienes buscan estrategias inmediatas de
controlar su fecundidad para avanzar y estar en mejores condiciones en el
futuro para reproducir.
La
postergación de la maternidad, junto a la convivencia durante un mayor tiempo
con los métodos de planificación invasivos como resultado de una
responsabilidad no compartida, el uso frecuente del aborto y la exposición a
las ITS, inciden sin lugar a dudas en un problema de salud femenina: el
incremento de su infertilidad. Las mujeres deben conocer el costo de una vida
independiente en un escenario de mayores desventajas para ellas, con el fin de
que puedan tomar decisiones que afecten menos su salud. Sin embargo, la
solución al problema nunca será la restricción de sus derechos. El costo que la
penalización del aborto y la maternidad adolescente traen para las mujeres, es
mucho mayor que el uso irresponsable del aborto y de una infertilidad, sobre
todo porque le imponen un cerco a su libertad y a su humanidad.
Este
razonamiento solo nos puede llevar a la conclusión de que la solución a los
problemas que enfrentan hombres y mujeres en el ejercicio de la maternidad y la
paternidad es intersectorial y tiene que ver con la política, así como la
inclusión en esta de la perspectiva de género. No puede ser solo un problema
del sistema de salud, pero es posible que este contribuya fortaleciendo su
accionar y enfoque social complejo con una visión crítica, no solo desde la
teoría de los riesgos, o al menos incorporar el análisis de los factores
socioculturales como determinantes de la salud sexual y reproductiva.
La
atención a la salud es un hecho individual. Cada médico de la Atención Primaria
de la Salud (APS) debe preguntarse sobre lo que conoce de cómo estos problemas
de género y socioeconómicos afectan a sus pacientes en el ejercicio de una
maternidad y paternidad responsables, y de cómo pesan en los problemas de salud
que padecen las mujeres durante el embarazo y el parto.
La
incorporación de esta visión puede hacer más efectiva la labor educativa y de
promoción de salud del médico. En la APS el trabajo profesional del médico
puede mejorar con el apoyo del trabajador social para buscar las alternativas
de tratamiento de cada caso. Progresa en su labor como actor en las decisiones
de políticas de salud, lo cual debe considerarse tan importante como indicar
una prueba de laboratorio, un exudado, una tomografía o cualquier examen que
busque un diagnóstico biomédico.
Por
solo poner un ejemplo desde la promoción de salud, los mensajes sobre lactancia
materna no deberían incorporar de manera exclusiva los efectos que tiene el
amamantamiento para la salud del niño. Es importante que se visibilicen los
intereses de la mujer, lo que para ella significa, en términos de su salud, no
estar acompañada en ese proceso por la pareja y la familia, y hacerlo bajo
estrés y malas condiciones de vida. Lactar es un trabajo como cualquier otro,
puede proporcionar placer en dependencia de las condiciones en que se realiza o
provocar una enorme fatiga y agotamiento.
El
ejercicio de la maternidad requiere de información para que las mujeres tomen
decisiones sabias, pero también sin presiones en un entorno de libertad. La
maternidad libre y responsable, en igualdad de derechos y oportunidades con la
paternidad, implica coparticipación e interacción de roles: cuidar, proteger y aprovisionar
deben entenderse como roles que definen la participación de mujeres y hombres
en la crianza de los hijos.
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