Revista Sexología y Sociedad. 2014; 20(2)
ISSN 1682-0045
Versión electrónica
Masculinidades:
redefinición de identidades
y alternativas de cambio
Masculinities:
Masculinities: redefinition of identities and alternatives for change
Dr.C. Ramón Rivero Pino
Doctor en Ciencias
Filosóficas, profesor e investigador titular, subdirector del Centro Nacional
de Educación Sexual (CENESEX).
Resumen
El artículo aborda en
síntesis el recorrido histórico del proceso de construcción y re-definición de
las identidades masculinas como fenómeno cultural, así como un análisis crítico
y propositivo en torno al papel de los hombres en relación con la
transformación revolucionaria del orden de género socialmente establecido.
Palabras claves: masculinidades,
identidades masculinas, formas históricas de masculinidades
Abstract
Masculinities—A redefinition of identities and alternatives for change
The article addresses, in short, the historical
journey of the construction and redefinition process of male identities as a
cultural phenomenon, as well as the critical and prospective analysis of men’s
role in relation to the revolutionary transformation of socially established
gender order.
Key
words:
masculinities, male identities, historical ways of masculinities
Introducción
Las masculinidades
podrían definirse como significaciones y prácticas asociadas a las distintas
formas de ser hombre, instituidas e instituyentes por hombres y mujeres en toda
su diversidad a nivel de vida cotidiana, de las cuales nos apropiamos a través
de vínculos que sostenemos en nuestros espacios de socialización. El movimiento
histórico de las mismas se caracteriza por limitaciones asociadas a su alcance,
con vista a la superación del estado actual del género como forma enajenada de
las relaciones sociales.
Construcción histórica de la identidad masculina
hegemónica
El paso del matriarcado (o mejor, de los sistemas
de parentesco matrilineales) al patriarcado significó un brusco cambio en la
concepción de la vida familiar, pues, además del repliegue de la mujer en el
sentido amplio de la palabra y la consolidación del poder del hombre, trajo
consigo el establecimiento de patrones rígidos y diferenciados de conducta, que
se expresaban también en los roles de los componentes principales de la
familia.
La
práctica histórico-social en su decursar fue afianzando esas diferencias no
solo en lo relacionado con la actividad específica o rol de acuerdo con el sexo
que se desempeñaba en los marcos de la familia y fuera de ella, sino, por
supuesto, con la representación que la sociedad tenía de ello. Así fue como
llega a darse por normal y moral lo que realmente es anormal (no en el sentido
durkheniano): el modelo de familia materno-paterno-filial.
En este modelo la mujer lleva el peso fundamental
en el hogar y, por consiguiente, los hijos están más vinculados afectivamente
con ella. El hombre, por el contrario, perdió la presencia
física que tenía dentro de la familia cuando esta era una unidad económica de
producción material; su estatus y prestigio en este modelo están
definitivamente desvinculados del rol que desempeña dentro de esta.
Al
hombre se le ha asignado el papel de «gran héroe», supuestamente omnipotente; señor del espacio económico, político y
social, de su mujer y del supuesto poder de ella, mientras que él es quien
decide. En ese ejercicio «viril» y autoritario de su rol se esconde también su
culpa y sufrimiento. La construcción histórica de la identidad masculina
hegemónica se fue estructurando a partir de estas y otras características de
ser hombre. El proceso de ser hombre tradicional hoy
encierra y encubre una gran estela de aspectos que lo primero que hace es «reproducir y perpetuar las inequidades» (1).
La construcción del
modelo hegemónico de masculinidad ha puesto de relieve una determinada
concepción de poder entre los hombres que es dicotómica (las alternativas son poder o no poder, y no existen
alternativas intermedias), excluyente
(se tiene o no se tiene poder de manera unilateral) y jerárquica (implica una relación de dominio-subordinación, en la
que unos ganan y otros pierden). Esta concepción de poder ha atravesado las
instituciones e impregna las subjetividades de los hombres y las mujeres. Esta
forma de relacionarse también afecta a otros hombres, se expresa en la
violencia entre hombres y afecta sus vidas: corporal (yo puedo), intelectual
(yo lo sé), económica (yo lo tengo), emocional (represión de sus emociones) y
medio ambiental (control y explotación del entorno y la naturaleza). Estos
elementos forman parte de la denominada armadura masculina que se dirige hacia
los hombres mismos, a su control, con graves consecuencias para ellos y los
demás. Lo peor es que está invisibilizada (2).
El hombre tradicional vive su condición rodeado de
presiones y represiones impuestas, heredadas, incorporadas y legitimadas en
todos los estratos o niveles de las sociedades y en todos los periodos y
épocas. En este entorno, el hombre tradicional no solamente se convierte en un
elemento estático y estadístico, sino que su falta de protagonismo, al
acomodarse a la situación impuesta, propicia que las generaciones venideras
mantengan el sistema legitimado por las grandes masas, consecuentes con las inequidades
y que permanezcan inmóviles frente a los malestares y contradicciones
históricamente instituidos y derivados de la división social del trabajo y de
la distribución y la posesión inequitativas de los medios de producción,
situación propia del sistema capitalista (3).
En el caso de las masculinidades y específicamente de la masculinidad hegemónica
resaltan hoy como aspectos que marcan su crisis:
·
las transformaciones del capitalismo
(monopolio de la tecnología, control de los mercados financieros, acceso
monopolista a los recursos naturales, monopolio de los medios de comunicación y
de las armas de destrucción masiva) afectan a los hombres (proveedores y
decisores en las relaciones familiares) provocando depresión y violencia;
·
la autoridad masculina,
con énfasis en la paternal, ya no es automática, pues entra en tensión con la
del Estado;
·
la emancipación de la
mujer;
·
las separaciones,
divorcios y segundos matrimonios se han incrementado;
·
cada vez se admite más que
las formas de ser masculino varían culturalmente: emerge una identidad
masculina alejada del machismo.
Hitos en la redefinición de la
identidad masculina
Han sido varios los momentos históricos que han
marcado hitos en el intento de redefinición de la identidad masculina y de las
relaciones de género que le sirven de base. Uno de esos momentos es el
denominado amor cortés, a lo que
Norbert Elías denominó proceso de civilización y que consistió en una táctica
desplegada por las mujeres nobles francesas del siglo xii de empleo de recompensas y que les facilitó una reacción
masculina más refinada en términos de trato (4). De esta forma se introdujo en
aquellas prácticas de relaciones de género un tipo de vínculo más emocional que
se expresaba en el modus operandi de los «caballeros». No obstante, lo femenino
y la mujer no dejaron de ser subalternos.
Otro momento histórico que permite en el siglo xix replantear las relaciones entre los
géneros, es el conocido como amor
romántico. Se trata del reforzamiento en la vida social del componente afectivo,
sentimental, el cual abarcó casi todas las esferas de las relaciones
interpersonales y, por ende, dejó su impronta en las de género y, de manera
particular, en la identidad masculina. Hasta la década de los sesenta la
identidad masculina se construye en un contexto en el que la hegemonía de lo
masculino y del varón está asegurada. De este modo, la identidad de género del
varón heterosexual —que precisa como condición sine qua non la subalternidad de lo femenino y de la mujer— no
corre riesgo ni es cuestionada (5).
Un momento
histórico en el que se crea un contexto particular para redefinir la identidad
masculina, es el de la llamada revolución
sexual. En esta etapa, al decir
de Jeffrey Weeks, es evidente que hubo erupciones muy vividas de la sexualidad,
desde los bailes eróticos de las estrellas de rock hasta el crecimiento de
áreas abyectas de comercialización del sexo en numerosas ciudades importantes
del oeste metropolitano (6). Existen pruebas, escribe Jeffrey Weeks, de que las
actitudes se volvieron más o menos progresivamente tolerantes en relación con
el control de la natalidad, el aborto, el divorcio, el sexo premarital y
extramarital, la cohabitación y la homosexualidad. A partir de este momento se
puede apreciar la existencia de dos grandes movimientos sociales: el feminista
y el gay.
En el primero de ellos tuvo lugar una transición de
una política de apoyo a las mujeres (igualdad de oportunidades) a otra que
considera a las mujeres sujetos de derechos (empoderamiento de las mujeres), y
finalmente la que plantea la cuestión de democracia de género, que incluye a
los hombres en el análisis. Ha sido sin lugar a dudas muy importante el aporte
del feminismo a los procesos de democratización de la sociedad global, lo que
ha tenido un impacto positivo en la vida de las mujeres y de las personas en
general.
En la literatura sobre el
vínculo de este movimiento con las problemáticas de los hombres se pueden
hallar algunas reflexiones interesantes: Silke Helfrich, directora de la
Oficina para Centroamérica de la Fundación Heinrich Boell, afirma sobre la
democracia de género en América Latina que se necesitan otros mecanismos,
además de los empleados para el empoderamiento de las mujeres, ya que la
equidad de género es tarea de toda la sociedad y no solo de ellas. Los hombres
también deben recuperar el terreno perdido y es necesario tratar entonces de
que sean corresponsables. Sin embargo, en el trabajo diario se asocia el asunto
de género con problemáticas de mujeres. Esto, afirma la autora, es una
confusión fatal que tiene consecuencias de gran alcance en la definición de los
grupos-meta de proyectos, en la selección de los grupos que se invitan a
eventos y debates sobre el tema de género, y en la elaboración de una
estrategia de proyectos. El trabajo de género solo tiene sentido cuando
involucra a toda la familia (7).
Lo anterior pone en
evidencia que el modo segmentado, fragmentado y unilateral en que se ha
organizado la lucha de las mujeres bajo la convocatoria de equidad de género,
posiblemente se ha convertido en un elemento condicionante del inmovilismo de
los hombres en el afán de transformar las estructuras y funciones instituidas
en relación con los derechos sexuales y de identidad de género.
Enrique de Gomáriz
Moraga, en su artículo «Los hombres: ¿dispuestos a cambiar? ¿No tienen más
remedio? ¿Podrán frenar el cambio?» ofrece su valoración respecto a diversas
posiciones feministas en relación con el papel y las posibles reacciones de los
hombres y plantea la suya: «…si se quiere facilitar el cambio en los hombres no
parece aconsejable dejarlos a su suerte, o esperar que no tengan más remedio, a
través de una guerra de sexos, o bien forzados por la normativa y la presión
social» (8). Todo indica que la actitud más razonable es la planteada por la
carta de los representantes alemanes a la Ministra Federal encargada de las
políticas de género: «…se necesita una nueva política que no se dirija solo a
las mujeres, sino al conjunto de la sociedad.» Y agrega: «…ciertamente, eso
supone nuevos retos, sobre todo para el movimiento feminista pero también para
los que trabajan con hombres. En lo referido al movimiento feminista, en lo que
respecta a la puesta de acuerdo respecto a si se mantiene mirando hacia dentro
o si se re-direcciona hacia el cambio global. En cualquiera de las variantes
asumiendo los retos que ello implica en términos de unidad como movimiento y de
capacidad de convencimiento de los otros» (8).
Para los que trabajan con
hombres, también significa un nuevo desafío, porque se trata generalmente de
grupos de hombres incómodos con los mandatos de la masculinidad hegemónica o
que quieren revisar su identidad de género, quienes en términos cuantitativos
no significan mayoría y que expresan muchas veces resistencias a operar en la
dimensión política del cambio. Esta idea refuerza la hipótesis relativa a la
incapacidad para la transformación social que se evidencia en los grupos de
hombres organizados.
Eduardo Liendro, en «El
proceso de incluir a los hombres. Notas para un debate», reitera la idea de que
los estudios de género, aun cuando han incluido tanto a mujeres como a hombres,
en la práctica se han centrado en el análisis de las problemáticas de las mujeres
(9). La revisión bibliográfica permite afirmar que existe cierta
desvalorización unida a indiferencia e ignorancia para utilizar las
herramientas conceptuales del enfoque de género en los estudios de hombres.
Asimismo, los llamados estudios de masculinidades se han caracterizado por
algunas debilidades como la reiterada búsqueda de generalidades que ocultaba
las diferencias entre los hombres y la falta de articulación de estos con las
discriminaciones de género y con otro grupo de discriminaciones: de clase,
etnia, orientación sexual, edad,...
Las experiencias globales en el tratamiento del
asunto de género sin lugar a dudas han constituido valiosas contribuciones al
desarrollo humano. Sin embargo, portan el sesgo de la unilateralidad (la
situación de las mujeres como punto focal) y no han propiciado en la medida
necesaria un enfoque integrador y constructivo que implique con realismo: a) la
conversión en voluntad de cambio en torno al asunto del género (esencialmente
política); b) los estados de ánimo, necesidades y motivaciones de todos los
seres humanos, especialmente de los hombres. Ello se ha expresado en la
resistencia latente ofrecida por algunas de las partes implicadas en el
problema y que han afectado el avance de políticas, programas y servicios de
alcance internacional, nacional y local, diseñados a tales efectos.
El posicionamiento
epistemológico acerca de la educación integral de la sexualidad y la salud
sexual presupone también, desde el punto de vista conceptual, desentrañar el
contenido ideologizante del constructo género.
En relación con este, en la literatura científica internacional y cubana
prevalecen enfoques en el debate que se complementan y/o contraponen entre sí.
Abarcan desde la legitimación del término género
(centrado en las problemáticas de la
mujer); la síntesis de los elementos
diferenciadores que contraponen los modelos dominantes de masculinidad y
feminidad; variedad de elementos (diferencias y desigualdades) existentes dentro
de los grupos de hombres y de mujeres; el enfoque relacional y multicondicional,
pero centrado exclusivamente en la
diferenciación sexual como eje analítico; hasta su cuestionamiento (dudas acerca del carácter fundador que tiene
la diferencia sexual a la luz de lo
transgénero como respuesta a la crisis de la identidad estructural del género).
Las
reflexiones acerca de estos aspectos, sobre todo de cara a los aportes de la
antropología y la sociología, hacen pensar en la necesidad de no asumir un
enfoque limitado, fragmentador y excluyente de la realidad de las personas, y
por tanto considerar la pertinencia de la atención a las necesidades de su
educación y salud sexual, de las significaciones y prácticas relacionadas con
los géneros, la identidad de género y la orientación sexual de las personas,
desde una perspectiva ética, holística, dialéctica y de participación solidaria
en función de la emancipación humana y la dignificación personal-social (10).
Las principales respuestas sociales que los varones
han dado al proyecto feminista, se pueden agrupar en tres perspectivas:
·
conservadora:
los hombres que se oponen al cambio del estado existente de las relaciones de
género;
·
profeminista:
los hombres que centran la atención en las consecuencias para sí del sexismo,
proclamándose víctimas;
·
defensa de derechos civiles de los varones: los hombres que supuestamente apoyan los
planteamientos del feminismo, pero que enfatizan en algunas implicaciones
negativas que asocian a este proceso, como el divorcio y aspectos relacionados
con la custodia de los hijos.
Algo distinto ha sido la reacción de los hombres,
caracterizada por el abierto rechazo, en relación con el derecho a la libre y
responsable orientación sexual proclamada por los movimientos lésbico-gays.
La gran aportación de la revolución gay de las décadas
de los sesenta y los setenta consiste en romper con esa correlación entre
género y orientación sexual. Tras la revolución gay, para ser homosexual o para
ser lesbiana ya no es imprescindible ser femenino o ser masculina,
respectivamente (11).
A partir de esas décadas y hasta la actualidad se
ha ido produciendo a nivel de toda la sociedad internacional una comprensión y
aceptación cada vez mayor en torno a la lucha de los gays por sus
reivindicaciones. El propio movimiento se ha incrementado y fortalecido. Son
múltiples las evidencias que confirman tal afirmación. Este auge ha estado
favorecido por las dinámicas de interrelación y de complementariedad que se dan
entre las características de la sociedad mundial y de la cultura gay.
Al decir de Oscar Guasch, la subcultura gay es, en
primer lugar, la cultura del ocio y de la fiesta e implica un estilo de vida
claramente orgiástico, mientras que la sociedad global es cada vez menos
prometeica, está dejando de ser un tipo de sociedad basada sobre todo en el
trabajo, y el ocio deviene central en ella. En segundo lugar, el proceso de
juvenilización de la sociedad también la acerca a la subcultura gay, que ha
sido desde siempre una subcultura pensada para los jóvenes. En tercer lugar, el
proceso de redefinición del género masculino ya no es patrimonio exclusivo de
los gays: la sociedad en su conjunto está redefiniendo la identidad masculina.
Finalmente, de manera progresiva la sociedad global deja de organizarse a
partir de familias y pasa a estructurarse en torno a individuos, el cual es,
precisamente, el sistema de organización social de la subcultura gay (12). Como
consecuencia de esos procesos, la cultura madre diluye la subcultura gay al
reproducir muchos de los rasgos que le daban especificidad. La subcultura gay
actual reproduce todas y cada una de las características que definen el modelo
heterosexual hegemónico: coito-centrismo, defensa del matrimonio o de la pareja
estable, subalternidad de lo femenino y, en menor medida, condena de las
disidencias sexuales; por tanto, no implica la superación del machismo, de la
misoginia ni de la homofobia.
Las ideas contenidas en el párrafo anterior
llevaron a su autor —posición que asumo también— a la conclusión de que la
subcultura gay no consigue generar un modelo de identidad masculina distinto
del heterosexual para ofrecerlo a sus miembros. El modo acrítico y
despolitizado con que la mayoría de los varones gays vive su orientación
sexual, convierte la subcultura gay en un remedo de la heterosexualidad.
En general, podría afirmarse que, en estas nuevas
condiciones, la comunidad de varones no se proyectó en términos implicativos
respecto a ninguno de los referidos movimientos. Ello evidencia el
distanciamiento de los hombres en relación con estos procesos de cambio, su
ausencia en la ola social de cuestionamiento del orden de género socialmente
establecido y el débil compromiso con el necesario cambio estructural de la
sociedad global en este sentido. Es mayoritariamente en determinados grupos
sociales, como los intelectuales y las capas pudientes, que se producen
valoraciones en esa dirección.
Algunos
elementos que han influido en este tipo de reacción
de los hombres respecto a las propuestas de los movimientos
feminista y gay
1. La esencia
del capitalismo y su expresión globalizada
Por un lado, la
«modernización» en economía y política (la racionalidad instrumental)[1]
llevó a asumir que el solo desarrollo
científico-técnico, la acumulación y el perfeccionamiento de instrumentos para
dominar la naturaleza implicarían automáticamente la consecución de la
felicidad humana; por otro, el «modernismo» en el
arte, la cultura y la sensibilidad (la
subjetividad) —la cual, como afirma Alain
Touraine, le es consustancial al despliegue del
capitalismo, ya que «…para mantener la reproducción ampliada del valor,
tiene que generar una reproducción ampliada de la subjetividad humana, a la vez
que tiene constantemente que intentar aprisionar a la misma y encauzarla por el
estrecho carril de la realización de la mercancía […]» (13)— trae como consecuencia que los hombres
salgan de su existencia empíricamente local (la de las sociedades
tradicionales, comunitarias, cerradas al «extraño» por diferente) para
colocarlos en una relación universal (la del mercado, la de explotación del
trabajo asalariado, la de la vendibilidad), instituyéndolos como individuos
histórico-universales, empíricamente universales también (13).
Esta situación tuvo como antecedente fundamental la imparable expansión de la sociedad
burguesa (su plus ultra), necesidad económica inherente a su modo de
producción, que fue percibida tempranamente por las cabezas más lúcidas de los
siglos xviii y xix.
Los cambios económicos y
sociales impulsados por las empresas, compañías transnacionales e instituciones
financieras han provocado la expansión de las actividades políticas, económicas
y sociales a través de las fronteras, de modo tal que los sucesos, decisiones y
actividades que se producen en una región definen significativamente los modos
de vivir de la gente en otras regiones.
La globalización es un
fenómeno asimétrico y desigual, pues mientras algunas regiones y grupos
sociales se fortalecen, otros se debilitan y caen, aumentando las desigualdades
preexistentes y produciendo nuevas asimetrías. La globalización actual está
basada en valores específicos tales como el consumismo, el individualismo, la
glorificación de los mercados, el exotismo y la mercantilización de todos los
aspectos de la vida, en tanto que los vínculos intersubjetivos se desdibujan
detrás de aquellos valores.
Estos antivalores, desde
mi visión del asunto, están estrechamente vinculados a los estereotipos
masculinos, a la emergencia de un tipo de relaciones sociales basadas en la
lucha por el poder, la sobrevaloración de lo público sobre lo privado, la
competencia y, por tanto, la subordinación de unas personas a otras y la
inexistencia de vínculos humanos solidarios. Las consecuencias de este proceso se han vuelto contra la humanidad al
colocar a los seres humanos en una posición de dependencia del mercado, de la
tecnología y del dominio de las minorías.
2. Las
políticas públicas de género
No es hasta la Conferencia Mundial de Población de
El Cairo, de 1994, que el tema del trabajo con hombres integra el plan de
acción y se alza como lineamiento para los Estados firmantes. En este programa
de acción se expresa la necesidad de incorporar las responsabilidades y la
participación del hombre en la salud sexual y reproductiva. El objetivo
declarado apuntó a promover la igualdad de los sexos en todas las esferas de la
vida, incluida la vida familiar y comunitaria, y a alentar a los hombres a que
se responsabilicen de su comportamiento sexual y reproductivo y a que asuman su
función social y familiar (14).
En las medidas a tomar por los gobiernos aparece
también: a) promover y alentar la participación del hombre y la mujer en pie de
igualdad en todas las esferas de la vida familiar y en las responsabilidades
domésticas, incluidas la planificación familiar, la crianza de los hijos y las
labores domésticas (punto C 4.26); b) hacer esfuerzos especiales por insistir
en la parte de responsabilidad del hombre y promover la participación activa de
los hombres en la paternidad responsable, el comportamiento sexual y
reproductivo saludable, incluida la planificación familiar, la salud prenatal,
materna e infantil; la prevención de las infecciones de trasmisión sexual y de
los embarazos no deseados y de alto riesgo; la participación y la contribución
al ingreso familiar, la educación de los hijos; y hacer especial hincapié en la
prevención de la violencia contra las mujeres y los niños (punto C 4.27).
Este documento constituye piedra angular respecto a
la inclusión de los hombres en un grupo de temas de interés social general. Sin
embargo, a pesar de su carácter programático y de responsabilidad estatal, no
se ha logrado avanzar suficientemente en los objetivos expresados. Una
hipótesis a considerar podría ser que estas políticas han partido de las
motivaciones e intereses de las mujeres por mejorar su condición, para lo cual
se ha invitado a los hombres a sumarse. Es posible que se carezca de una política
que contenga en mayor medida las necesidades de los hombres, que parta de sus
propias reivindicaciones en calidad de derechos a alcanzar, y que los hombres
no la vean como ajena y tendente a «ayudar» a las mujeres, como por lo general
se comprende. Probablemente no se haya indagado lo suficiente acerca de qué
otras necesidades, además de las que proponen estas agendas políticas,
vivencian los hombres, o si requieren de atención especial en lo relacionado a
problemas no puestos hasta ahora en las agendas políticas.
Asimismo, en el Informe Especial de Naciones Unidas
de Evaluación del CIPD 94 (Cairo + 5, ONU, 1999) se expresa que todos los
dirigentes a todos los niveles, así como los padres y educadores, deben
promover modelos positivos que ayuden a los varones a convertirse en adultos
sensibles a la cuestión de género y les permitan apoyar, promover y respetar la
salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos de la mujer, en
reconocimiento de la dignidad inmanente de todos los seres humanos.
A pesar de estos lineamientos, es evidente la
existencia de una contradicción entre discurso y práctica de directivos que, al
interpelar en estos asuntos, presentan a
los hombres como población estratégica, pero que, contrariamente, no figuran en
los programas sociales de equidad. A esto con probabilidad contribuya el hecho
de que estas políticas no sean monitoreadas, tengan el sesgo del
asistencialismo y visualicen a las mujeres como único grupo vulnerable.
3. El
financiamiento para el trabajo con hombres
Con excepción de algunas experiencias,
especialmente norteamericanas, de apoyo financiero a proyectos que involucraban
a los hombres y que a finales de la década de los noventa se debilitaron y
desaparecieron, en la actualidad son pocas las propuestas de este tipo, y las
existentes poseen escasos recursos y una modalidad irregular en su
funcionamiento. Todavía no está claro si a las instancias financieras les toca
invertir en el trabajo con hombres y si esta inversión afectará el de por sí
escaso presupuesto destinado a las mujeres.
4. Insuficiente
conciencia crítica en los hombres de su necesidad de cambios
La construcción social de la
masculinidad hegemónica es un proceso invisibilizado, ya que se «naturalizan» o se «esencializan» cualidades
y actitudes como inherentes a la naturaleza y esencia del varón. Tener que
asumir lo asignado significa para los hombres un conjunto de expropiaciones que
pasan inadvertidas de forma consciente, pero producen altos costos de salud.
El desconocimiento de estas funciones por parte de los hombres trae
aparejado efectos negativos tanto para ellos como para el desarrollo
personológico de los hijos, la armonía familiar y la salud de la sociedad.
Los
arquetipos tradicionales derivados de este proceso imprimen su impronta a la
integridad personológica del sujeto; crean conflictos entre lo que sienten,
piensan y actúan hombres y mujeres; e imponen las mismas limitaciones en su
crecimiento personal, situándolos en posiciones contrapuestas con las negativas
consecuencias que de ello se derivan para los hijos.
Algo que ha
obstaculizado la inclusión de los hombres, es el miedo que se expresa, en
términos de desorientación axiológica, a incorporarse a espacios considerados
hasta ahora femeninos, como el reproductivo y el doméstico, por las
implicaciones en términos de estigmas sociales, la presión de grupos de origen,
la sanción social de otros hombres,...
Resulta
evidente que las armaduras de las creencias masculinas internalizadas no
permiten ver las propias necesidades, por más obvias que parezcan. Cambiar este
orden de cosas exige promover la reflexión crítica de los hombres acerca de su
propia identidad y de las formas de relacionarse; no hacerlo se vuelve un
obstáculo para la efectiva participación de los mismos en la transformación
revolucionaria del orden de género socialmente establecido. Esto implica, según
Yudith Astelarra, el desafío de que el rechazo a la jerarquía entre los géneros
también se asuma por los hombres en los ámbitos públicos y privados en que
participan y se sumen colectivamente al esfuerzo por terminar con esta (15).
5. La actitud de las mujeres frente al posible
cambio de los hombres
Una parte
de las mujeres considera que la inclusión de los hombres puede convertirse en
elemento de desvalorización de las acciones desarrolladas por las mujeres y de
deslegitimación de las experiencias de los movimientos feministas, lo que por
supuesto se traduce en la no convocatoria a participar.
Otro
aspecto que se ha erigido en resistencia de los hombres, ha sido el relacionado
con las metodologías culpabilizadoras empleadas en los espacios de reflexión de
hombres, las cuales provocan vergüenza y desmotivación en los participantes y
generan además sentimientos y comportamientos de aislamiento.
El temor de
algunas mujeres a que algunos cambios de los hombres sean formas de simulación
para reproducir el autoritarismo y la inequidad escondidos bajo el ropaje de
formas intelectuales más sutiles, como la ayuda y los permisos, también se ha
instituido en resistencia para la inclusión de los hombres en las agendas de
género.
6. La segmentación de las
masculinidades
La
diversidad hace que resulte imposible abarcar cada una de las distintas maneras
de asumir la masculinidad, lo que a su vez provoca que muchas queden al margen
de las actuales tipificaciones, mientras que otras, dadas sus manifestaciones,
podrían estar en más de una, según el criterio de quien las ubique.
Cada día se visibilizan
nuevas formas de masculinidades y de grupos sociales diversos portadores de las
mismas, pero que no siempre cuestionan las estructuras tradicionales de sexo y
género ni introducen aportes acerca de los significados de la masculinidad y
feminidad.
Lo cierto es que los
hombres se diferencian por el color de la piel, la etnia a que pertenecen, la
edad, el lugar de residencia, la orientación sexual y la identidad de género,
entre otras inserciones sociales. A partir de estas diferencias, entre los hombres
se producen y reproducen elementos de discriminación, marginación y exclusión
social con sus correspondientes tendencias desintegradoras. La sociedad global en su neoliberal lógica
funcional asiste, cada vez más, a sus propios procesos de desintegración
social, lo que es condición básica de fenómenos deshumanizadores. La
explotación económica, la manipulación política y la enajenación
cultural-espiritual forman parte del sistema de contradicciones sociales que
está en la base de la lucha entre las masculinidades por el poder. A estas se
asocian la pérdida de los horizontes, la soledad que genera la propia sociedad,
el vacío de vínculos afectivos en la estructuración de la familia y de las
relaciones interpersonales en general, los procesos migratorios, el
envejecimiento y los conflictos intergeneracionales, étnicos y de identidad de
género, entre otros.
La
mayoría de los gobiernos no ha estructurado adecuadas vías y mecanismos de
atención a estas problemáticas, porque resulta evidente que no están interesados
en revertir el proceso de reproducción del capital. Por tanto, el tratamiento que se les da a estos
males sociales, es el de políticas de focalización, clasificatorias y
asistencialistas que producen culpables
individuales, eluden el análisis de las causas sociales que están en la
base de tales actitudes y comportamientos, y convierten en victimarios a
quienes también son víctimas de políticas públicas antihumanas.
La cultura patriarcal y la
masculinización al estilo tradicional de la sociedad constituyen un eje que
transversaliza estos fenómenos sociales. La complejidad de la vida social, la
comprensión de la esencia contradictoria del desarrollo humano y la dialéctica
alienación-emancipación no son tangenciales a la comprensión de estos problemas
sociales ni a las consideraciones de su control tanto formal como informal.
Contextualizar las formas de control a partir de lo real posible, imprime
credibilidad a sus argumentaciones y hace menos utópicas y frustrantes las
acciones.
Resulta necesario generar instituciones
que favorezcan el sentido de la vida y un análisis de estas cuestiones con
enfoque crítico, contextualizado, prospectivo y propositivo, frente a
la prevalencia de una cultura clasificatoria que tiene su raíz en la
absolutización de la negatividad (riesgo, vulnerabilidad) de condiciones y
efectos que conducen a apreciar a los «clasificados» como problemas
y no como potencialidad del cambio y fortalezas para la solución de los mismos.
Es importante la promoción de mecanismos y factores protectores, la ponderación
del tratamiento individualizador a los «clasificados en riesgo» y el papel
positivo que puede desempeñar lo grupal, cuya cualidad de vínculos debe ser
comunitaria.
Con énfasis en el
compromiso de la sociedad global de luchar por la transformación revolucionaria
y con enfoque de dignificación de diferencias, desde una perspectiva ética y de
integración social para la emancipación, se propone, en vez de legitimar las
clasificaciones de masculinidades, visualizar y explicar las diferentes formas
de ser hombre en un movimiento de anulación y superación del estado de cosas,
cuya premisa sea la superación de las contradicciones de género y el logro de
la emancipación humana.
El análisis hasta aquí
realizado permite constatar que aún es insuficiente el grado de conciencia
crítica, de participación cooperada y de proyectos colectivos de transformación
social de los grupos de hombres en relación con el orden de género socialmente
establecido.
Hoy se avanza, pero
lentamente, en el aprovechamiento de este trabajo con grupos de hombres y sobre
las diferencias e inequidades entre hombres, con el fin de lograr un
posicionamiento político y hacer visibles las inequidades macrosociales de género.
Dentro de estas
perspectivas de estudio de las masculinidades, se destacan los aportes de las
ciencias sociales: Gramsci, con su distinción entre masculinidades hegemónicas y
subalternas o subordinadas (16); Foucault, con la problematización del poder
como un bien circulante, así como la relación entre el micro y el macro poderes
(17, 18). Igualmente importantes han sido las categorías de hábitus, estigma y
poder simbólico en el análisis social de la dominación masculina de Bourdieu
(19).
Las alternativas
La vida de la sociedad,
la comunidad y la familia, aunque se constituya en un terreno propicio de la
alienación para las diversidades masculinas y el individuo en su singularidad,
no tiene que ser necesariamente enajenada ni enajenante. En esa estructura
existe siempre un margen de espacio, de movimiento y de temporalidad como
posibilidad para que los hombres y las mujeres se manifiesten como unidad
integrada de esencia y existencia en las múltiples actividades de la
cotidianidad, es decir, de cerrar el abismo entre la producción espontánea en
sí de lo humano, y la participación activa y creadora del individuo en esa
producción.
Todos los seres humanos
tenemos el derecho a realizar esa posibilidad. Tener vida propia dentro de la
sociedad significa para las personas apropiarse, de modo particular, de la realidad
social, y devolver a la realidad social la marca de su propia subjetividad
societal, colectiva y personal. Apropiarse de la esencia humana genérica
significa realizar plenamente la socialidad humana, ser hombre entero,
universal, ser persona que no es más que ser consciente del mundo y de sí mismo
y ser éticamente libre, en el sentido relativo de la libertad, en las
relaciones con el mundo natural y social, con los demás y consigo mismo.
Para alcanzar estadios
superiores de desarrollo social, en el sentido de desarrollo humano liberador, que se mueve en la
contradicción alienación-desalienación y que permite poner en cuestionamiento
los fundamentos sociales y políticos enraizados en la cultura de las
clasificaciones, no basta con la dignificación de las diferencias de género. Es
necesario lograr la integración social de ese tipo de diversidad.
Las profundas
transformaciones ocurridas en las relaciones de género en el mundo producen a
su vez cambios ferozmente complejos en las condiciones de la práctica a la que
deben adherirse tanto hombres como mujeres. Nadie es un espectador inocente en
este escenario de cambio. Estamos todos comprometidos en construir un mundo de
relaciones de género. Cómo se hace, qué estrategias adoptan grupos diferentes y
con qué efectos, son asuntos políticos (20).
Algunas ideas que
pudieran contribuir al logro de ese propósito:
·
cambios en la estructura económico-laboral de hombres y mujeres;
·
impacto social de los programas de planificación familiar y educación
sexual;
·
mayor apertura y progresivo distanciamiento de los roles estereotipados
en la socialización de niños y niñas;
·
actitud abierta frente a la polémica de género de los medios de difusión
y las instituciones culturales y educacionales;
·
voluntad política de respeto y aceptación con enfoque axiológico a la
diversidad cultural, expresada en políticas y servicios;
·
erradicación de
la homofobia y difusión del homoerotismo como mecanismo de redefinición social
de la identidad masculina;
·
conciencia crítica como premisa de la disposición al
cambio y una nueva actitud ante la realidad por parte de hombres y mujeres;
·
modificación de las realidades de hombres y mujeres
como acto creativo, teniendo en cuenta las circunstancias y las potencialidades
internas de los sujetos individuales y colectivos;
·
autogestión
(autonomía) y sostenibilidad concebidas de modo integral en su relación con el
sistema de contradicciones del entorno, a largo plazo y mediante el
aprovechamiento y la potenciación de los recursos disponibles tanto materiales como
espirituales;
·
procesos de
participación, cooperación, elaboración y puesta en marcha de proyectos de
autodesarrollo con adecuado enfoque de género por parte de mujeres y hombres.
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En Centro de Documentación e Información Científico-Técnica, CENESEX.
11. Ob. cit. 5.
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Fecha de recepción de
original: 13 de febrero de
2014
Fecha de aprobación para su
publicación: 27 de mayo de 2014
[1] Una razón desligada de
toda obligación valorativa y limitada a la sola tarea de proporcionar
conocimientos adecuados a los fines que se establecían fuera de ella y que ella
no podía ni debía discutir: libre de valores, era, por tanto, pura y neutral.